Muchos
están de acuerdo en que la comprensión espiritual no puede transmitirse por
medio de la enseñanza, que solo bastaría interiorizarla, experimentarla y hacer
de ello una forma de vida, y muchos más estarán de acuerdo en que no se aprende
sino que se recuerda, dado que, en esencia, se trata de recuperar o, mejor
dicho, traer de nuevo a la comprensión, la más alta manifestación de la
divinidad que somos. La experiencia es inefable, no verbal, y no puede ser
comunicada o enseñada, sino vivida y experimentada.
Parados
ante el mundo podemos notar tres aspectos: primero un pensador, receptor o
perceptor, segundo los fenómenos percibidos y tercero un continente ahíto de
espacios y contenidos.
Generalmente tendemos
a dividirnos entre el Ser superior y el Ser inferior; aquí tengo que
ser enfático y puntualizar que estos solo son distintos estados de la
mente, y añadiré, para mayor comprensión, que son cualidades de la
consciencia de Ser.
El error interpretativo
se muestra por la presencia del velo, o confusión, que se ha sobrepuesto
impidiendo que uno pueda ver lo Real. Este velo (o ilusión) que impide entender
es impuesto por los mecanismos de defensa del individuo o persona, y la ilusión
de lo cotidiano, de ese modo nos acostumbramos a lo habitual, queremos que nada
cambie, que sea para siempre, que sea en forma permanente, que perdure, deseamos
algo constante y continuo. Sin embargo, lo que percibimos siempre es
cambiante, al no reconocerlo se da inicio al sufrimiento.
La
inteligencia que emana de Si mismo es obnubilada por el sesgo de la
construcción estructurada. La inteligencia es la autoconciencia, que, como
instrumento, se despliega a través de los centros mente – cuerpo - emoción,
diversificándose para que la funcionalidad de la conciencia centralizada pueda
reflejar a la persona y detectar su fugaz resplandor de realidad.
Un modo
excelente para despertar es a través de la atención, actividad auto-luminosa
que sabe por sí misma y es auto-indagable, no se puede colocar la atención como
objeto de observación. La atención se sitúa de manera espontánea
sobre los eventos externos. De ese modo podemos situar la atención sobre
los ojos, sobre lo que se está pensando, sobre la respiración, e iluminar
al observador; situarse en primera persona, no en yo… sino en mí, en una observación
sin juicio. De esa manera, En mi o en Soy, emerge esa corriente
intermitente en sincronización, como un ajuste temporal de los eventos que se
colocan en fila, como un orden predefinido para ser comprendido. R.Malak